Escuela de Comunicación Social
Universidad del Valle

EL HOMBRE DEL BILLETE DE CINCUENTA

✦ ✦ ✦

En la Hacienda El Paraíso el aposento de Efraín luce los accesorios que identifican el personaje: la imagen de Isaacs, quien lo escribió, una cruz cristiana sobre el nochero, tres rosas rojas sobre el gabinete y una escopeta sobre la pared. El tapete dispuesto al lado de la cama para poner los pies al levantarse es el cuero de un jaguar. La literatura hace más Historia cuando viaja en compañía del poder.

✦ ✦ ✦

¿Cómo fue la vida del hombre que hemos portado en la billetera?


En la Hacienda El Paraíso el aposento de Efraín luce los accesorios que identifican el personaje: la imagen de Isaacs, quien lo escribió, una cruz cristiana sobre el nochero, tres rosas rojas sobre el gabinete y una escopeta sobre la pared. El tapete dispuesto al lado de la cama para poner los pies al levantarse es el cuero de un jaguar. La literatura hace más Historia cuando viaja en compañía del poder.


Por: Kevin García

«He pasado de las sombras a la luz». Jorge Isaacs

«Se ha estudiado al novelista y al poeta, en la forma de un soñador romántico y casi supraterrenal. No se ha analizado al hombre con sus naturales deficiencias o repulsiones que determinaron el crecido cúmulo de sus enemistades y el permanente fracaso de sus planes en la tremenda  lucha por la vida». Demetrio García

En la Hacienda El Paraíso el aposento de Efraín luce los accesorios que identifican el personaje: la imagen de Isaacs, quien lo escribió, una cruz cristiana sobre el nochero, tres rosas rojas sobre el gabinete y una escopeta sobre la pared. El tapete dispuesto al lado de la cama para poner los pies al levantarse es el cuero de un jaguar. La literatura hace más Historia cuando viaja en compañía del poder.

Un dicho popular dice, en alusión al uso del bigote, que la personalidad se lleva sobre la boca –Cantinflas en sus películas lucía un bigote entrecortado, despoblado, débil e irregular-.  En su fotografía más conocida Isaacs luce un bigote en forma de herradura, espeso y largo por los lados, le cubre los labios, es delgado en las puntas y se curva un poco hacia las mejillas en los extremos. Es una mezcla de los estilos imperial y revolucionario, da volumen a su rostro delgado y agrega fuerza a su carácter. El autor de María aparece en la foto en posición diagonal. Podría pensarse que gira su cuerpo a pedido del fotógrafo. Esa postura acentúa sus facciones y destaca su rostro rectangular. Bajo unas cejas pronunciadas, sobresale su mirada filosa, firme, metálica. El ángulo de la mandíbula enmarca la piel. Isaacs era cazador y en la foto mira como águila, con una autoridad serena, sin perder el foco y sin asomo de dudas.

Miraba como un águila y tenía una gran visión. Hizo de la autobiografía, los relatos de costumbres y la escritura de viajes, una novela reconocida en Hispanoamérica. Las águilas, como todas las aves, ven los colores de forma más intensa, pueden distinguir más matices y detectar en la distancia los senderos de sus presas. Isaacs pintó con palabras y emociones el paisaje del Valle, cautivó a las lectoras de su época y a los letrados de la capital.

En la competencia por la notoriedad pública de su época fue el Muhammad Ali de la literatura, un ganador absoluto. Tejió su figura con palabras. Y las palabras son como las monedas, aunque conservan su forma cambian de valor con el tiempo y la distancia. Pero fue la propia imagen de Isaacs, no su palabra, la que el Banco de la República marcó en papel moneda. En el año 2000, el Banco decidió que el billete de cincuenta mil pesos, el de mayor denominación hasta ese momento, fuera un homenaje a su figura. Lleva el rostro del escritor con su mirada clara y su bigote espeso. En la parte superior aparece la silueta torneada de María, en posición contemplativa. A su lado un libro abierto recuerda la novela y sobre el fondo reposa el Valle serpenteado por el río Cauca. El reverso es un homenaje a El Paraíso con su samán centenario y frondoso y las dos palmas que se elevan a sus espaldas.  En tonalidades lila, verde y amarillo lleva un pasaje de la novela que inspiró los colores del billete: “una tarde, tarde como las de mi país engalanada con nubes de color de violeta y lampos de oro pálido, bella como María”.  ¿Puede haber una mayor metáfora de valor que marcar la imagen de un escritor en un billete? Isaacs es una imagen que se porta en la billetera y en el inconsciente.

¿Cómo debemos aproximarnos a este héroe decimonónico? Hoy la figura de Isaacs llega a los oídos a través de las voces de autoridad de profesores y directivos, de instituciones públicas, agencias culturales privadas, y hasta de los cajeros electrónicos. Pero un día debes preguntarte quién fue ese hombre del que todo parece dicho, por qué los billetes de cincuenta mil llevan su imagen, cuál es la dimensión de su historia.

Su figura literaria es la de un hombre del que todo crítico serio siente cierta obligación de decir algo en algún momento de su vida. De María se ha escrito sobre el amor con Efraín, sobre el decoro de la protagonista, el significado de las flores de la hacienda, los vestidos de la época, los orígenes de los esclavos, la economía clasista; se ha escrito sobre la historia intelectual del novelista, sobre la nostalgia y la ausencia, sobre la vida y la muerte. 

Recordar su nombre es parte de una agenda nacional. Cada que el nacimiento de María termina en una decena, el Estado agenda actividades para recordarlo. Sin embargo, en los colegios María no despierta el mismo entusiasmo. Una profesora de literatura que me habla como si estuviera confesando un delito y pide no citar su nombre, cuenta que la novela le parece fuera de época y que no le gusta gastarse el tiempo con sus estudiantes leyendo una historia rosa que no les dice nada a los jóvenes de hoy. Y te preguntas qué hacer cuando las grandes referencias culturales, centrales en las instituciones del Estado, apenas orbitan entre sus ciudadanos.

Te preguntas si puede despertarse una interpretación de las huellas de la identidad nacional solo a través de laureles y halagos; sobre todo para conocer un personaje que fue genio y figura, que caminó entre la exaltación y el insulto, entre las rosas y el barro.

No puedes leer la novela hoy sin que algo te muerda por dentro. María murió a los dieciocho años, no pudo disfrutar la fortuna que heredó de su padre, porque solo a los veintiún años una persona era consideraba adulta y su herencia era la dote que el padre de Efraín, a cargo de María, debía entregar al hombre que la llevara al altar. Efraín se va a estudiar medicina a Europa, y las mujeres no podían estudiar, debían quedarse en casa preparándose para el matrimonio. María se queda cuidando los rosales, escribiendo cartas de amor, cosiendo en el costurero, entre agujas e hilos, muriendo de epilepsia y pena moral.

Fabio Martínez, Doctor en Literatura y uno de los principales investigadores de la vida de Isaacs, no se guarda adjetivos para hablar del escritor. Te cuenta que “fue un personaje emblemático para la cultura colombiana y latinoamericana en la segunda mitad del siglo XIX. Fue uno de los personajes más importantes porque escribe la primera novela fundacional de la literatura de este lado del continente. María es el mojón simbólico inicial para que se abra toda la narrativa en el siglo XX”.

Dice Martínez, biógrafo de Isaacs, que “así como García Márquez fue el personaje más importante de la literatura latinoamericana en el siglo XX, uno puede decir que Jorge Isaacs fue el personaje de la literatura latinoamericana más importante del siglo XIX”. Pero al relato del amor idílico y abnegado de María, García Márquez, también fabulador de la vida de provincia, opuso un amor mundano. Lo hizo en El amor en los tiempos del cólera. Conservó la lealtad y la constancia del amante pero desechó la castidad, la pureza y la abnegación. Al tono solemne de Efraín opuso la ironía y el patetismo de Florentino Ariza. Y como si uno de sus propósitos fuera hacerle una vuelta de tuerca a la novela de Isaacs, invirtió los argumentos de la trama. María se enferma de amor, pero en la novela de Gabo el amor llega como una peste a Florentino, no a Fermina; llega con molestias corporales y síntomas típicos del cólera.

En la novela de Gabo es Fermina el personaje acaudalado; Florentino es el hijo de una mujer humilde. Es Fermina la que parte del pueblo en compañía de su padre y es él quien queda adolorido esperándola. Parte de la fuerza de la novela de Isaacs se soporta en una pulsión que nunca se consuma. Gabo narra una historia que abarca las pasiones juveniles más desbordadas hasta el tedio de la vida matrimonial. “El amor en los tiempos del cólera” está inspirada en el noviazgo de sus padres y la escribió luego de recibir el Nobel. Era la obra preferida del escritor. Se lo confesó en marzo de 1998 a Conchita Penilla, de la televisión francesa: “‘Cien años de soledad’ es un libro mítico, y aunque no trato de disputarle ningún mérito, ‘El amor en los tiempos del cólera’ es un libro humano, con los pies sobre la tierra de lo que somos de verdad”. 

Isaacs hacía parte del círculo intelectual de los hombres de letras de la capital que tenían gran influencia en la cultura. Y la cultura escrita tuvo un peso enorme para definir los rasgos de la vida pública. Los hombres de letras dirigían los periódicos y eran ellos quienes garantizaban que una novela se convirtiera en un hecho público. Aunque era de provincia, Isaacs pudo acceder a estos círculos gracias al estatus de su familia. Su papá era un comerciante inglés de origen judío que había llegado a la Gran Colombia gracias a las buenas relaciones que existían con el imperio británico. Su familia era acaudalada, su padre hizo una gran fortuna en la década de 1820 explotando minas de oro en el suroccidente del país. Luego se estableció en el Valle del Cauca y compró cuatro haciendas. Una la llamó Manuela en honor a su esposa. Otra la llamó Casa de la Sierra y hoy todos la conocen como El Paraíso.

El padre de Isaacs tenía haciendas en una época donde éstas eran el modelo económico por excelencia. No eran fincas de veraneo que hoy alguna familia de clase media alta podría adquirir pagando a cuotas para visitar los fines de semana, sembrar plantas y respirar aire fresco. No. Eran enormes territorios con cultivos, ganadería y esclavos.

Hoy El Paraíso es un idilio, no deja ver sus cicatrices. Permanece intacta, oculta el paso del tiempo, suspendida para la contemplación de propios y extraños. En una mañana de domingo de junio cuatro parapentes sobrevuelan a pocos metros de altura sobre la casona principal. Aquí la taquilla, más allá la vigilancia privada. La entrada para los niños a cinco mil, los adultos pagan ocho mil. En la primera planta de la casa está la tienda de artesanías. Vende ediciones conmemorativas de Isaacs, vino artesanal, llaveros, fotos por encargo. Mientras inicia un recorrido guiado, algunas mujeres se abrazan a las palmas, otras se sientan entre los rosales y las hortensias.

Al interior de la casa haces un viaje al pasado y descubres como la memoria encarna. A falta de filtros de agua y neveras, los esclavos vertían agua sobre un tinajero purificador que tenía piedra volcánica en su interior. Agregaban azufre, arena y carbón mineral. El agua era filtrada por una piedra pómez y caía sin impurezas a otra tina que la conservaba fría. Permanecía disponible para la voluntad de los dueños. Para retirarla los esclavos debían usar un cucharón metálico con dientes en forma de sierra que impedía tomar agua sin regarse. El esclavo que llevara el cuello mojado recibía un castigo. Debía llevar el líquido hasta el aguamanil, un jarrón ancho y vistoso con pico vertedero que permanecía en los cuartos y que a falta de lavamanos hacía de ajuar para el higiene personal de los dueños de la hacienda.

En la cocina hay un trapiche y dos pilones, uno oscuro para el café, otro claro para moler arroz y maíz. En ausencia de jabón lavaplatos los esclavos lavaban con ceniza y barro. Los mayordomos dormían sobre esteras de guadua con colchones de paja y compartían habitación entre cinco y seis parejas. Era bien visto que las mujeres quedaran embarazadas muy seguido porque cada recién nacido en los años siguientes sería un trabajador para la hacienda.

La casa fue construida en 1815 por encargo de un acaudalado ganadero llamado Víctor Cabal. Luego pasó a manos de George Henry, el padre de Isaacs. En el siglo XIX se llamó Casa de la sierra por su ubicación en el piedemonte, al inicio de la montaña de la cordillera central. Entre sus tierras existía un trapiche para la producción de panela y a esa empresa George Henry puso el nombre de su esposa, Manuela. Era muy poderoso gracias a Manuelita Ferrer y compró las mejores tierras que van desde Palmira hasta Cerrito.

Si hay un espacio en el que el relato histórico y la ficción parecen indisolubles es en El Paraíso. Los guías mezclan la historia de la novela con la historia del autor y con las creencias que han nacido a lo largo de los años. Cuentan que, según la obra, el escritor y el personaje principal eran los mismos y la historia del autor es fusionada con la historia del personaje. Muchos visitantes avanzan convencidos que todo hace parte de la misma realidad. Pero la hacienda solo perteneció a la familia Isaacs por tres años y por mucho tiempo fue usada como bodega para el almacenamiento de cosechas.

Cuentan los archivos de prensa del Relator, un periódico liberal ya desaparecido, que fue adquirida por la Gobernación del Valle en 1953 y remodelada en cuatro meses con tapices y muebles de la época, siguiendo, cuidadosamente, la descripción de cada capítulo de la historia. La sala fue decorada con muebles Luis XV y en ella pusieron la guitarra de Emma, hermana de Efraín; los restauradores consiguieron cuadros antiguos con marcos florentinos para decorar la pared.  El cuarto para recrear la habitación de María fue pintado con colores tenues, casi diluidos y cortinajes de tules. En el aposento de Efraín dispusieron una biblioteca colmada de volúmenes antiguos de tapa rústica y un año después, en 1954, donado por la Academia de Historia del Valle, instalaron afuera de la casona el busto de Jorge Isaacs tallado en mármol.

Los turistas se detienen ante samanes de siete metros de diámetro y cerca de ciento veinte años de antigüedad. Durante el recorrido algunos escépticos se preguntan si María existió en vida o solo fue un personaje de la literatura. Pero cuando investigas descubres que la imagen de María también es de ficción. Nació del pedido que le hizo Isaacs al pintor Alejandro Dorronsoro para que dibujara un rostro de facciones impecables que reflejara el alma de su protagonista. Y el pintor no encontró mejor rostro que el de su propia novia, la profesora Angelita Riascos. Aunque Isaacs encargó la imagen el pintor le dio el retrato a su novia como regalo de año nuevo. Cuando el escritor vio la imagen en la prensa se emocionó y le escribió al pintor para pedirle algunas mejoras: un rostro menos carnudo y una nariz más dulce y angosta. Como inspiración pidió Isaacs que detallara el rostro de su familia y que se inspirara en la Virgen de la Silla de Rafael. Lo curioso es que prometió pagarle con estrofas firmadas para despertar la admiración pública del pintor, y tal parece que éste aceptó el trato porque más adelante aparece en el periódico la imagen de la novia del pintor encarnando a María con su nariz más estilizada. 

»

Hoy solo hay un destino cultural en el Valle del Cauca que congrega más visitantes que El Paraíso: la iglesia basílica de Buga. Acá, tras el llamado del guía, los visitantes avanzan en procesión. Se agolpan frente a los aposentos. Los niños pasan al frente del pelotón hasta bordear los cinturones que impiden el ingreso a los cuartos. Algunos miran con atención devota.

Esta casa tenía un cuarto oratorio. Cada domingo un cura llegaba de Llanogrande, hoy conocido como Palmira. Rezaba tres misas en el día, la primera para los dueños, la segunda para familiares y allegados, y la tercera para los esclavos. Sobre el atril del oratorio descansa un misal romano escrito en latín. La misa se realizaba en este idioma y el sacerdote oraba de espaldas a los creyentes.

El guía comenta a la improvisada procesión que las mujeres colocaban de cabeza a San Antonio para que les diera un novio y los turistas estallan de risa. A María ya se lo había dado pero fue ella la que murió de amor.

Algunos se preguntan si la casa es tan vieja por qué tiene algunas zonas en concreto. Y es que desde que el Estado la adquirió en 1953 ha tenido dos remodelaciones para conservarla en pie. En la última los arquitectos restituyeron el vallado de piedra que bordea la hacienda, restauraron un muro desplomado que sostenía el corredor frontal de la entrada. Cambiaron los marcos de algunas ventanas y de la puerta de la habitación de los mayordomos. Fortalecieron los muros de contención y en las zonas más débiles aplicaron concreto simple. También eliminaron la chimenea y el tejadillo original, restauraron el cielo raso y quitaron el hollín que en sus tiempos generó el trapiche. Nivelaron el terreno, corrigieron la angulación de una de las vigas, repararon los pisos de piedra y las canales de agua. Restauraron las cornisas de las ventanas originales. Reconstruyeron los andenes de piedra. Reemplazaron los ladrillos desplomados. Pusieron morteros de adobe y calicanto y reubicaron pilares de madera.

En fotografías antiguas puede verse la hacienda bordeada de pasto irregular y matorrales; con terneros pastando en las afueras y un par de guayabos escuálidos. Pero los exteriores de la casona también fueron convertidos en un edén. Dispuestos a un lado de la cocina, sobre un pasadizo que comunica con el interior de la casa y como si fuera el detrás de cámaras de la historia, se encuentran los cuadros con las maquetas de las restauraciones. La última fue entre 1979 y 1988 y hasta los jardines fueron embellecidos. Como si fuera una especie de arca de Noé los arquitectos sembraron en el estanque laurel, jazmín y guayabo; en el corral pusieron cedro rosado, nogal de cafetales, árbol del pan y guayacán. También sembraron árboles de gualanday, ceibas, sauces, samanes y laureles de cera. Hay palma zancona y palma real cubana, madroño y guayacán. Hay arbustos de rosas, jazmín del cabo y hortensias; y hay hierbas ornamentales como helechos, anturios, palmitas y papayuelos. El huerto no se quedó atrás y en él pusieron ruda, zabila, cidrón, orégano, mejorana y toronjil, yerbabuena y prontoalivio. Por eso muchos visitantes encuentran su paraíso sentados entre las plantas bajo las sombras de los samanes.

En los tiempos que recrea la novela las zonas aledañas al valle del río Cauca ofrecían muy buenas condiciones para la producción agrícola y ganadera. Había pequeñas villas en formación y estas condiciones eran un paraíso para viajeros extranjeros y nacionales, para poetas locales y escritores de periódicos lugareños que exaltaban las cualidades del paisaje. A la zona solo le faltaba una carretera al mar. Para salir del país los hacendados atravesaban la cordillera central a caballo hasta llegar al centro, en Honda embarcaban por el río Magdalena en barco a vapor hasta Barranquilla. De Barranquilla avanzaban en caballo hacia Cartagena y desde el puerto partían por el mar Caribe.

También desde el mar Caribe llegaban los esclavos. Muchos terminaban sometidos en las minas del Pacífico y las haciendas esclavistas crecieron al fragor de la pujante economía de las minas. Cuenta en una de sus investigaciones el historiador Germán Colmenares que incorporar esclavos a una hacienda era la manera más evidente de capitalizarla. El negocio de esclavos no pudo ser más seguro desde las primeras décadas del siglo XVIII cuando los yacimientos mineros estaban en pleno auge. Los africanos eran internados por comerciantes españoles que permanecían en Cali antes de ir a Popayán o a las regiones mineras. En ocasiones eran vendidos por comisionistas españoles o criollos.

Llegaban desde Cartagena, uno de los principales puertos negreros de la Colonia en América. Una ciudad agitada que en los siglos pasados vivía amenazada por piratas y corsarios que merodeaban el Caribe y por los negros cimarrones de los palenques que se revelaban contra la explotación. A Cartagena llegaban esclavos enfermos y heridos, sometidos a los oprobios del transporte; encadenados y aturdidos. Eran presas de un negocio en el que intervenían capitalistas genoveses, negreros portugueses y grandes compañías holandesas, francesas e inglesas que lucraban de la trata humana.

En el puerto los compradores se congregaban y negociaban las mejores “piezas” mientras los misioneros religiosos iniciaban la evangelización y el despojo de las creencias que consideraban herejes.

Cuenta Colmenares que la “La mayor parte de estos esclavos debieron venderse en Popayán y en las regiones mineras del Chocó y de la vertiente del Pacífico de la provincia; en zonas como Barbacoas, Dagua y Raposo. Pero aún en Cali, en donde los esclavos se destinaban al servicio de las haciendas o de las casas, las transacciones se hicieron mucho más frecuentes”.

Las primeras explotaciones de oro en el Chocó debieron llevar esclavos negros ingresados de contrabando. En las haciendas el número medía la importancia de la propiedad y en zonas de abundantes tierras y escaza población los esclavos valorizaban más una posesión que el propio terreno. También con esclavos podían aumentar la producción agrícola en labores diferentes a la ganadería. Muchos hacendados los compraban como un gesto de poder y ostentación social.

En el Valle del Cauca algunas haciendas tenían trapiches y cultivos de caña para abastecer de aguardiente a las minas. Los trapiches funcionaban como un sistema de compresión en madera, accionado por caballos o bueyes.

Se cree que las haciendas agrícolas y ganaderas entraron en crisis cuando los liberales abolieron la esclavitud. Los esclavos huyeron a la selva y formaron sus palenques. Otros se quedaron en las haciendas ocupando parte del terreno y pagando con trabajo, pero no fue tan buen negocio para los hacendados. En el caso de George Henry, el padre de Isaacs, el juego y el licor sumieron a la familia en la quiebra y un extranjero llamado Santiago Eder adquirió en remate las haciendas La Rita y La Manuelita. En ellas, además de cultivos de caña, encontró un pequeño trapiche movido por tracción animal que producía 4 quintales diarios de azúcar de pan. Santiago Eder, en 1874 reemplazó la tracción animal por energía hidráulica, y logró aumentar la producción diaria a 350 libras de azúcar morena, convirtiendo a La Manuelita en el primer productor de azúcar del Valle del río Cauca. Hoy el ingenio es una de las empresas más prósperas de la región.

Cuenta Fabio Martínez que la caña de azúcar “sería definitiva para el progreso y desarrollo de la región como había sucedido años atrás en las islas de las Antillas cuando Colón trajo las primeras plantas; como había pasado dos siglos atrás en el sur de España cuando los árabes la transportaron desde Persia; y como había sucedido en Persia cuando Alejandro Magno la introdujo desde Nueva Guinea, en África”.

Desde El Paraíso la planicie del Valle del Cauca se desvanece entre la bruma. A pocos kilómetros está la zona industrial de Yumbo que expulsa en las noches sus gases tóxicos a la atmósfera. Las mayores tierras planas del Valle hoy son cultivos de caña de azúcar.  Durante las temporadas de corte, la bruma es una nube espesa de humo y fuego que arde desde los cañaduzales.

»

Juan José Saer fue un versado escritor argentino, novelista y ensayista, que en su libro El concepto de ficción, se preguntó qué hace que un autor se vuelva emblemático. Se respondió que es la obstinación del propio escritor por contar desde una mirada particular. “Todas las fuerzas de su personalidad, conscientes o inconscientes, se encuentran en una imagen obstinada del mundo, en un emblema que tiende a universalizar su experiencia personal”. Pero en el caso de Isaacs la novela, más que un emblema de la experiencia del autor, ha sido leída como una imagen obstinada de los principios católicos.

En 1850 los liberales habían iniciado una ofensiva contra el poder de la iglesia, llevaron a cabo reformas que incluían la liberación de esclavos, una ley agraria y la separación de poderes entre la iglesia y el Estado. Los jesuitas fueron expulsados del país y estas decisiones liberales generaron protestas de los terratenientes del Cauca que se oponían a la abolición de la esclavitud.

Diez años después de iniciadas las reformas hubo una guerra civil en contra de los liberales en el poder y en ella participó Isaacs. Cuando publicó María en 1867 ya era un distinguido escritor conservador. Antes de su publicación la novela fue corregida por Miguel Antonio Caro, el más importante dirigente conservador del último cuarto de ese siglo. La obra resolvió el interrogante de cómo contar la nación en la ficción y resolvió las necesidades expresivas de las élites para contar el país que no acababan de conocer.

Eran tiempos de agitación ideológica y los partidos se disputaban el poder para moldear la nación que empezaba a surgir. En una trama sentimental María muestra el ideal de una nación bastante conveniente a las élites conservadoras. Y mientras otras novelas tuvieron una difusión truncada, María fue un relato triunfante. La novela está acorde con los cánones de lo bello y lo bueno de su época; es decir, con el orden instituido. Como un programa radial que se emite a miles de personas, María fue modulada por los hombres de letras de la capital y su historia respondió muy bien a las expectativas de los sectores católicos y conservadores. Fue reseñada en sus periódicos y gozó de todos los honores publicitarios de su momento.

Pero para el profesor Martínez, María hizo méritos propios para convertirse en una novela fundacional. Cuenta que “antes de 1867 no había una tradición novelística en la nación, existían crónicas, historias generales de Indias, discursos políticos escritos por los héroes de la independencia colombiana y latinoamericana, pero la novela no existía como tal. María –dice- es pionera, como lo es el Quijote en el siglo XVII”. Y para exaltar más a Isaacs cuenta que así como Rulfo inventó a un pueblo llamado Comala, García Márquez a Macondo y Onetti a Santa María, Isaacs inventó El Paraíso. Dice que fue un símbolo tan fuerte que en los primeros años del siglo XX inmigrantes japoneses llegaron al Valle del Cauca y se instalaron en Palmira, motivados por la novela. 

Isaacs escribió María en los años siguientes a la muerte de su padre en 1861 en medio de un declive patrimonial. El padre era dueño de 12.500 hectáreas de tierra, una cifra similar a la quinta parte de Cali. Pero también era adicto al juego y de partida en partida empezó a perder su fortuna hasta que presionado por las deudas murió y sus haciendas fueron rematadas. Tres años después el presidente conservador Tomás Cipriano de Mosquera lo nombró inspector para el trayecto entre Cali y Buenaventura, y allí, en condiciones climáticas y emocionales adversas, inició la escritura de María. En una carta escrita a su amigo Adriano Páez relata las dificultades que vivió en ese momento: “Hay una época de lucha titánica en mi vida, la de 1864 a 1865: viví como Inspector del camino de Buenaventura, que se empezaba a construir entonces en los desiertos vírgenes y malsanos de la costa del Pacífico. Vivía entonces como un salvaje, a merced de la lluvia, rodeado siempre de una naturaleza hermosa, pero refractaria a toda civilización, armada de todos los reptiles venenosos, de todos los hálitos emponzoñados de la selva. Los 300 o 400 obreros que tenía bajo mis órdenes y con quienes habitaba como en campaña, tenían casi adoración por mí. Trabajé y luché hasta caer medio muerto por obra de la fatigante tarea y del mal clima”.

Gilberto Loaiza es un agudo historiador de la Universidad del Valle experto en el siglo en que se publica la novela. Para él, “María es un relato de la intimidad; su narración evoca aquellas formas de escritura del siglo XIX teñidas por el recuerdo y la reconstrucción de una vida afectiva situada principalmente en el plano personal”. La novela relata un mundo perdido en un estilo romántico y costumbrista. Lo que no proviene de los sentimientos de Efraín se vuelve la prolongación de su estado emocional: el paisaje, la naturaleza, la belleza y armonía del campo.

Un hombre con cierto parecido en el Valle a Isaacs en la relación entre la literatura y el poder es Gustavo Álvarez Gardeazábal. Alcanzó el reconocimiento literario cuando escribió Cóndores no entierran todos los días, una novela intensa sobre la violencia de los pájaros conservadores en el centro del Departamento. Fue profesor universitario y se retiró para dedicarse a la política. Fue elegido gobernador del Valle luego de vencer en las urnas al Partido Conservador, el poder político más fuerte de la región. Gardeazábal no se ha guardado las críticas a los poderes gamonales y tal parece que esa fue su tara pública, porque a pocos meses de derrotar a las élites, fue condenado por la presunta venta de una porcelana a un narco. Como dice un dicho popular, en menos de lo que canta un gallo estaba tras las rejas. Y allí, en prisión, escribió un libro sobre la novela colombiana para rebajar su pena. El primer capítulo lo dedicó a Isaacs y muy al estilo de un hombre que no se calla nada dijo que “acercarse a Isaacs es ir en contravía de la lectura de su obra”.

No entiende por qué un escritor nacido en una Colombia de terratenientes, comerciantes, artesanos, esclavos e indígenas narra una historia centrada en la intimidad de su hacienda. “Con la acentuada manía nacional de convertir en intocable a las figuras que le den garantía de estabilidad, la novela de Isaacs quedó en el mismo sitio en que hoy se tiene al presidente o a la constitución. Nadie se atreve a cambiarlos aunque causen más mal que bien”.

Considera que aún no se han analizado las razones por las cuales la novela diluye todo criterio sobre el entorno social en que transcurre la historia. En cambio brinda explicaciones políticas y detalles de las batallas de los negros de África. “María, escrita en uno de los momentos críticos de la vida colombiana, huye de la realidad se hunde en la idealización del amor como único espacio posible y deja pasar la oportunidad de usar la novela como eslabón histórico de un país que no cree en su historia”.

En su novela Isaacs nos hace creer que este país era una arcadia feliz. Prefirió callar para ascender en la escala social bogotana, aunque hubiera sido actor y víctima de mucho de lo que podía contar en su obra literaria. Dice Gardeazábal que como tal María es una contradicción pero como texto es un absurdo contagioso. Si es la obra paradigmática, a través de ese género no se pudo iniciar más cerca de la mentira y de la huida de la realidad nacional. María es la gran novela nacional del siglo XIX y Gardeazábal considera que es un ejemplo de cómo nos llevan a creer la historia escrita por los triunfadores.

Pero Martínez, el biógrafo de Isaacs, piensa que quienes critican a María por considerarla cristiana o elusiva no han hecho lecturas más profundas, y dice haber encontrado la forma en que  Isaacs cuestiona su realidad. “Si haces otra lectura de María encuentras que la crítica a su época está representada en la enfermedad y muerte de María. Ellas implican la enfermedad y la muerte de un régimen económico esclavista que estaba a punto de caer por la liberación de los esclavos. Los artistas trabajan con símbolos”. Y más adelante lanza un dardo que deja entrever su ofuscación:

-Por eso digo que los que escriben novelas de sicarios tienen que meterse a los periódicos a escribir crónica roja, porque ellos son realistas y son patéticos.

La novela retrata un modo de vida de la hacienda esclavista pero deja a un lado las guerras civiles, las revoluciones políticas, los golpes de estado. Deja por fuera todo lo que no cabía en la hacienda y en la sensibilidad del hacendado. En la novela no aparecen las ideas de los hombres de ruana y alpargata. No están las historias de las llamadas gentes de “bajo tono”, de los “descalzados”. No están las presiones de los gamonales a las campesinas. No se expresa una inconformidad por las divisiones de clases sociales, ni por la repartición desigual de la propiedad. Tampoco aparecen las ideas que cuestionaban en su época las desigualdades políticas y raciales. No aparecen los personajes que se preguntaban en el campo porque los hombres de botas dominaban a los hombres descalzos. María deja por fuera las ideas de los artesanos que querían tomar voz en la discusión pública y a las mujeres políticas; no aparece la acción crítica del pueblo, incómoda pero protagonista de la vida social del momento. Aparecen provincialismos pero convertidos en un culto a Efraín, el personaje narrador, para caracterizarlo como piadoso.

En ningún pasaje María cuestiona el sistema republicano y por el contrario presenta como natural una jerarquía social, política y cultural. Cuando muestra los esclavos, narra los gestos paternales que Efraín tiene hacia ellos, como un gran ejemplo de la caridad católica. En la novela no están las voces que decían en esa época que la voluntad soberana del pueblo era solo una ficción.

La base del relato es la narración de una tragedia amorosa. Pero María va más allá; expresa un código de afectos, de creencias y adhesiones. La protagonista es una mujer huérfana y judía, acogida por la familia de Efraín, convertida al catolicismo y redimida.  En un clima moral romántico, la novela recrea la fe, la devoción y la fatalidad redentora. Los principios de la iglesia católica rigen la vida íntima de los dueños de la casa y de los esclavos, también bautizados.

Cuenta el profesor Gilberto Loaiza que para la época en que se publicó ya existía un mercado de lectoras bien formado en los preceptos publicitarios católicos. Hubo escritores comprometidos con la supremacía política y cultural del legado católico. Y ese compromiso se expresaba en los sermones, la poesía, el cuadro costumbrista y los libros de historia. Isaacs lo expresó en la novela. A través de María el catolicismo encarna el rostro de la mujer de la élite local. Como su nombre lo sugiere, María es una encarnación de la virgen que personifica el amor casto y sublimado. Y por la novela, las mujeres de la época componían odas al escritor.

Más allá de María, Isaacs fue un personaje comprometido con su realidad. Estudió en Bogotá y allí pudo impregnarse de las ideas liberales de su momento. Aunque antes de su cambio radical, ávido de gloria, se embarcó en 1860 en la única guerra civil que en este país han ganado las fuerzas sublevadas. Isaacs salió a batallar del lado de las fuerzas gobiernistas conservadoras. Y mientras los ejércitos opositores entraron a Bogotá y vencieron al gobierno, Isaacs, derrotado, se refugió en Antioquia varios meses.

Pero bien sea por la militancia liberal de su primo César Conto, por las ideas de la logia masónica a la cual pertenecía, o por los intereses contractuales con el poder de turno, Isaacs empezó a simpatizar con las ideas liberales y se volvió radical. En plena época de construcción de la nación, los liberales defendían un país construido desde las regiones y la separación de la iglesia y el Estado. Los conservadores querían un país centralista, un Estado católico, apostólico y romano. Cuenta Martínez que “Isaacs llegó al Valle en medio de un ambiente de agitación y de guerra. Los hacendados conservadores, con su padre a la cabeza, se oponían a las reformas liberales que vulneraban sus intereses económicos. Los curas lanzaban el grito al cielo por la expulsión de los jesuitas del país. Los artesanos empezaban a organizarse alrededor de las Sociedades Democráticas y a apoyar las fugas masivas de los negros esclavos que se llevaban a cabo en las haciendas”. 

Isaacs creía en la modernización del país, por sus ideas fue atacado a piedra en el Congreso y en una ocasión fue perseguido hasta su casa por una turba enfurecida. Pero los Conservadores impusieron sus ideas al fragor de las guerras civiles y en la Constitución de 1886 sentaron las bases de un Estado centralista y católico. Los liberales fueron perseguidos y recluidos en mazmorras de Cartagena de Indias y Panamá, mientras muchos se exiliaban. Isaacs, recibió un trato distinto por su condición intelectual y el valor simbólico de su novela. El presidente Rafael Núñez lo nombró en una comisión científica. Con su proyecto político derrotado inició sus viajes etnográficos por el Caribe colombiano. Y aunque su mayor notoriedad la obtuvo por la escritura de María, dejó su impronta como explorador; descubrió las minas del Cerrejón de la Guajira, oficializó un pozo petrolero en las llanuras del Sinú y escribió un trabajo geográfico, lingüístico y antropológico sobre los arahuacos y las tribus de la Sierra Nevada de Santa Marta.

Menos conocida es la vanidad que destilaba el escritor. Los fragmentos de historias de la prensa antigua cuentan que era un hombre dueño de una arrogancia imparable. Había llegado a la cresta de la fama y era invitado a ágapes y conciertos en Santa Fe. Lucía como un poeta de refinamiento exquisito y señorial, que asistía pulcro y elegante a las tertulias para imponerse en las conversaciones con su cultura letrada. 

Cuenta el Relator que en medio de las guerras civiles cuando por las calles de Cali pasaba la tropa y sonaban las fanfarrias y los tambores, las gentes salían a las puertas de las tiendas, y a los balcones de las casas a contemplar a Isaacs, el escritor de María; era el abanderado y parecía un príncipe árabe envuelto en la bandera del oro, el mar y la sangre.

Lo veían después de la batalla avanzar como todo un mancebo conquistador, erguido, con la mirada altiva, los labios apretados, la frente alta, el bigote denso, el rostro bronceado por el sol y los ojos negros y chispeantes como las bocas de dos fusiles.

A su regreso del consulado en Chile en 1872 se declaró liberal radical. Y el cambio de ideas políticas implicaba negar los principios abandonados e iniciar una implacable persecución a los antiguos copartidarios. En un debate en el congreso, cuando los conservadores lo increparon por su cambio de partido, contestó: “he pasado de las sombras a la luz”, y publicó un artículo llamado “Los motilones”, nombre de una de las tribus que había estudiado. Lo hizo para herir a los conservadores en una época donde el orden social se dividía entre la civilización y la barbarie.

Como anfitrión era aristócrata, servía vino de viejos barriles con ostentosas marcas españolas. Cuenta Martínez que “La pérdida del paraíso representó para Isaacs no solo la pérdida de un mundo patriarcal que ya no volvería, sino también su propia redención como escritor, como político, como educador, y como etnógrafo”. Isaacs se ocupó de las letras y delegó a un hermano la administración de los bienes familiares. Sin embargo, cuenta Francisco Zuluaga, un historiador que revisó los archivos de la Hacienda Manuela, que siempre quiso recuperar las tierras. Primero entabló un proceso para pedir la devolución de las haciendas rematadas. Luego cuando estaba en Argentina le pidió a Santiago Éder que le vendiera la Manuela pero Éder, que ya veía el potencial de la caña, no aceptó.

Cuando regresó del consulado en Chile compró la hacienda Guayabonegro situada sobre el río Fraile, cerca de Palmira. Quería convertirla en una despensa agrícola para exportar sus productos por el mar Pacífico. La adquirió con un socio chileno pero éste al poco tiempo regresó a su país y dejó a Isaacs embarcado con las deudas que habían contraído ambos. En menos de dos años, acosado por los acreedores, Isaacs debió reconocer su quiebra y anunciar la hacienda en venta en los periódicos de la época para interesar a los terratenientes en su compra. Muchos eran sus adversarios conservadores. La mayor parte de sus acreedores pertenecían al partido azul y no perdieron ocasión para vengarse por su descrédito comercial. Sus enemigos políticos no pararon de hundirlo en la humillación con una crueldad despiadada. Entonces Isaacs, el hombre, el poeta, el novelista y guerrero señorial, acribillado en su intocable orgullo, lleno de deudas y odios, se fue de la ciudad llevando sobre él el halo de María.

La promoción de Isaacs es la promoción de  una identidad nacional. Los estados construyen huellas que los distingan. Isaacs es una de ellas. Las polémicas sobre el valor de su figura y su obra han seguido después de su muerte. En los años sesenta el grupo nadaísta de Cali le pidió el alcalde demoler la estatua de Efraín y María y reemplazarla por una de Briggite Bardot desnuda, como expresión del goce pleno de la sensualidad de la vida. Pero la figura de María ha estado en la identidad de la nación desde el 5 de julio de 1867, cuando José María Vergara y Vergara afirmó: “María hará largos viajes por el mundo, no en las balijas del correo, sino en las manos de las mujeres, que son las que popularizan los libros bellos. Las mujeres la han recibido con emoción profunda, han llorado sobre sus páginas, y el llanto de la mujer es verdaderamente el laurel de la gloria”.

De la gloria para Isaacs; el hombre que se pasea por la Historia entre libros y cajeros electrónicos.

***