Por: Angie Hurtado
27 de mayo de 2024
Todas las fotografías fueron tomadas por Angie Hurtado y hacen parte del proyecto «Memoria, familias y verdad», de la Organización Chicas Poderosas Colombia.
La sala de Mileidy Escobar ha cambiado. Ha movido su mueble azul grisáceo de lugar, la mesita con el jarrón de flores naranjas, el comedor y sus cuatro sillas. Ha despejado completamente la sala, la cual se siente amplia, inmensa y solitaria. Ha quitado todos los objetos que antes no le permitían apreciar su nuevo televisor. Se sienta sobre el cómodo mueble y enciende el aparato. Lo prende para sentir compañía, para intercambiar palabras con él, quejarse, afirmar o negar con un movimiento de cabeza, recordar historias que la noticia le hizo pensar. Muchas veces, se sienta frente al televisor y empieza a tejer. Lo deja que hable y, al mismo tiempo, habla con él, mientras sigue tejiendo y se concentra en su tejido. La televisión, así otros medios de comunicación, transmiten la sensación de que se dirigen familiarmente a cada uno de nosotros, interrumpiendo el silencio de nuestra vida y sustituyendo con su ruido las conversaciones ausentes. Algunas veces, los silencios que habitan el hogar de Mileidy, se sienten como restos todavía no asimilados, anacrónicos en su manifestación, que producen malestar y un deseo inmediato de eliminarnos e interrumpirlos, como si de un intruso se tratara. Silencios que se vuelven perturbadores y ensordecedores, en la medida en que buscamos callarlos con los sonidos de un aparato encendido, una radio o un televisor. Para Mileidy, tanto silencio la hace sentirse sola. Habitualmente, ella se siente bien y vive tranquila, pero la soledad “la aburre mucho”. Y para ella estar sola es sentir que nadie la puede ayudar, ni tener con quien conversar, “nadie que diga vamos a dar una vuelta”; “lo único, es hablar con las plantas y los animales”. “Es una soledad absoluta, y estos días yo he estado así”, comenta.

Sobre ese mismo mueble azul grisáceo, lenguaje y silencio se entrelazan, y emerge la palabra de Mileidy precedida por una voz silenciosa. A través de esos enunciados, que nacen del silencio interior del individuo, del dialogo permanente consigo misma, Mileidy recuerda los vestigios que dejó la guerra en su hogar. Cuenta cómo fueron partiendo, uno a uno, los cuatro hijos que tuvo. “La primera que se fue, fue la niña”, dice Mileidy, mientras narra el asombro que le produjo ver por primera vez a su hija Andrea vestida con el uniforme de las FARC-EP. “A mí me dio duro cuando la vi así uniformada. Yo lloré, y las lágrimas se fueron en vano, porque algo me decía que no iba a ser por mucho tiempo”. Después, se fueron sus hijos Boris y Raúl, quienes también se integraron a Columna Móvil Jacobo Arenas, que operó en cinco departamentos; entre ellos, Nariño, Valle y Cauca. Como dice Mileidy, aunque ella no entendiera “nada de política”, aceptó que sus hijos se fueran, porque “para trabajar no encontraban trabajo. Cuando iban a vender artesanías la policía no dejaba (…) se fueron porque allá estaban mejor”. Desde este momento, Mileidy transformó su estilo de vida. Migró de un lado a otro, recorriendo diferentes municipios para estar cerca de sus hijos, poder cuidarles y enterarse si estaban bien. Pasó de vivir en ciudades como Bogotá y Medellín, a desplazarse por Popayán y distintos municipios del Cauca. En los diciembres, solía visitar a sus hijos, participaba de festividades y compartía con otras personas. A medida que se fue involucrando, también fue maestra de tejido y bordado de mujeres que habitaban veredas y cabildos por donde las FARC-EP se desplazaban.

Y en ese mundo caótico y silencioso que nunca se calla, las palabras de Mileidy se alimentan de imágenes y emociones tristes que la vida le ha dejado; como aquel momento en que su mundo se cayó cuando se enteró de la muerte de su hija. Andrea, quien se desempeñaba como enfermera, había ingresado a las filas a los 16 años, y dos años después, un 8 de enero, fue abatida en un combate cuando iba a auxiliar a un compañero. Mileidy cuenta que, en ese mismo momento, su madre la llamó para preguntarle por su hija, pues un cuadro con la foto de Andrea se había caído inesperadamente. Desde que sus hijos se unieron a la guerra, ella se había alejado de su familia, buscando mantener discreción sobre su paradero y así poder protegerles.
A estas imágenes y pensamientos difusos que no cesan de trabajar en nosotros, se suma el momento en quedó incomunicada de su hijo Boris, a quien trasladaron a la guardia de alias Alfonso Cano, así como el aturdimiento y la impresión que le produjo ver el rostro desfigurado de su hijo Raúl, quien tuvo un accidente mientras manipulaba una carga explosiva. “Y a lo que explotó le acabó todo a ese muchacho de aquí para arriba, él quedó desfigurado. Mi hijo perdió los dos ojos”, dice Mileidy. Ella lo cuidó en toda la etapa de recuperación durante tres o cuatro años, en los cuales Raúl tuvo que volver a aprender a realizar actividades como comer, desplazarse y comunicarse. Durante ese mismo tiempo, su hijo menor, Richard, quien ya había cumplido la mayoría de edad, al igual que sus tres hermanos, se estaba vinculando de manera gradual con la guerrilla.
Con el Acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y las FARC-EP del año 2016, Mileidy pudo reencontrarse con sus hijos, y puso sus expectativas de vida en su primera casa propia situada en el municipio de Santander de Quilichao, en donde viviría con toda su familia. Hoy, Mileidy sube a lo alto de la colina rojiza que está frente a su casa y observa desde ahí la estructura. Piensa como al principio, todo era tan diferente, como todo estaba planificado. “Ahí iba a ser el apartamento de Boris, ahí el de los niños”. Pero con el tiempo, los planes cambiaron, y la alegría del encuentro fue temporal. Precisamente, cuando Mileidy habla del amor, piensa en su familia, en los momentos en que estuvo acompañada y sentía ganas de todo. Recuerda como en los primeros dos años, cuando todos estaban en la nueva casa, “se veía todo ese amor” y “todo era más chévere”. Dice: “la gente ha echado de menos eso (…) antes se oía la bulla… y mi hijo ponía la música duro. Y a veces que venía el papá (…) hacían bulla, que mi abuelo, que no sé qué…era muy chévere, yo estaba muy amañada al comienzo”.
En las noches lluviosas, cuando el ruido del mundo debe callar porque se impone la
presencia robusta de la naturaleza, Mileidy se pone a pensar en ideas que la atemorizan, como las dos veces que se entraron a su casa y le robaron todo, o aquella situación en que, estando sola, no se pudo mover de la cama, y sólo tuvo fuerzas para tomar el teléfono del nochero y llamar a su hijo Boris para que la auxiliara. En ese momento, pensó mucho en la vejez, y se imaginó un futuro en que no hubiese nadie quien le pudiera pasar un vaso de agua. Comenta: “Ahí si la vi (…) como será cuando uno esté más viejito y ya no se pueda mover, ni para ir al baño, ni nada. Uno piensa es en eso: la vejez. Por eso, a uno ya le toca ir arrimándose al árbol que más le de sombra”.
Mileidy habita una casa amplia de dos habitaciones, un cuarto de baño, una formidable sala, una cocina, un cuarto de “san alejo” y un patio donde tiene sembradas diferentes especies de plantas frutales, medicinales y ornamentales, y donde también hay un aljibe que abastece el agua en todo el hogar. En su habitación, hay dos camas y una vitrina donde tiene acomodadas sus telas, hilos y demás elementos para tejer. Hay un tocador con un gran espejo, en el que ella coloca algunos papelitos con escritos que le ayudan a recordar lo que tiene que hacer en el día. Tiene también un cuaderno de recetas que le regalo su hijo Boris, donde ha escrito una variedad de remedios naturales para diferentes aflicciones como los ataques epilépticos, la gripa y la gastritis. Asimismo, tiene una receta para los males de la memoria, pues teme algún día perderla.
Para la memoria, licuar separado y luego mezclar medio vaso de jugo de auyama cocinada, medio vaso de jugo de pimentón, un vaso de jugo de coco y medio vaso de jugo de lechuga, mezclar con panela o miel y tomar 4 o 5 veces al día hasta que se mejore».



Mileidy se cuida y se energiza con plantas como la sábila, el romero, el tomillo y la menta. Las hierbas hacen parte de su rutina diaria.
Cuenta: “Que días si me estaba fallando harto la memoria y Boris me compró unas vitaminas, fui al médico y me compró unos tarros grandes, muy buenas vitaminas para la cabeza”. Para ella, “a uno se le va la mente” y se le olvidan muchas cosas. Hay días en que se pone a cocinar y resulta haciendo dos veces el almuerzo. Y ese olvido también lo asocia al estrés que traen los problemas acumulados de las relaciones familiares. Por ejemplo, un momento difícil fue cuando la alejaron de sus nietos por desacuerdos entre su hijo mejor y la madre de los niños. Recuerda a sus nietos con dulzura, cuando venían a la casa de visita y ella preparaba todo para el encuentro. En la casa, las piedras tienen rostro y color. Ella cuenta que son sus nietos quienes las han decorado.

El cielo se ha despejado, la tierra se ha acallado, y el silencio puede encontrarse en esas veces en las que no hay lugar al que ir, ni nada que hacer, salvo escuchar los sonidos suaves del día. El silencio en la casa de Mileidy, muchas veces está inscrito en los tiempos muertos de lo cotidiano, pero también puede emerger como silencio creador, que se ata al oficio de ella como artesana. En esos momentos, donde reluce el silencio, se concentra en su oficio, en su arte, en la creación de flores con hoja de maíz y en sus tejidos. Silencios que usa para crear y reflexionar sobre sí misma y su futuro.

La casa de Mileidy está ubicada en una zona periférica que colinda con las montañas del Cauca, dos urbanizaciones en proceso de construcción, un hotel y un cementerio. Es un espacio de grandes dimensiones, donde se puede caminar entre la naturaleza y las montañas. Mileidy se desplaza entre la naturaleza como abriendo caminos, como si fuera una forma de expresar el cambio que ahora busca en su vida. Un cambio ligado al desapego: el desapego a las cosas materiales, al hogar que ya no representa su deseo en la vida, de soltar los problemas familiares que la afectan, de soltar las ausencias que le ha dejado el amor; un desapego que tiene como propósito el poder concentrarse en sí misma y en las metas que ahora se propone. Son imágenes de su tiempo presente que nos evocan esa conexión con la tierra como una forma de aproximarnos a nuestro auténtico ser. Lo natural es a su vez lo primordial; volver a ese origen para conectarse de vez en cuando, reiniciar las prioridades y ajustar nuestra mirada a lo que de verdad importa.



Desde la experiencia de Mileidy, la memoria se encarna no como nostalgia fija, sino como movimiento y acción; unas memorias que la invitan a cambiar: de casa, de pueblo, de pareja, de amigos. Hoy el sueño de Mileidy es otro; y si bien, aunque el proceso de paz le dio tranquilidad y esperanza porque pudo volver a ver a sus hijos y estar cerca de ellos, para ella, ahora, lo más importante, es la búsqueda de la paz propia, pues cuando “hay infiernos y problemas familiares (…) eso no es paz”. Según su perspectiva, hay varias formas de paz. Una es la paz familiar que se liga con la paz propia y otra es la paz que lleva el asunto de la guerra consigo. “En el asunto de la guerra yo creo es difícil (…) porque hay muchos contrarios, unos piensan una cosa y otros están pensando otra”, comenta.

Finalmente, como menciona Le Breton (2001), “el silencio no es un resto, una escoria por podar, un vacío para llenar…»(p.6). «Reivindicar el silencio en nuestros días se convierte así en algo provocador, contracultural, que contribuye a subvertir el vacuo conformismo y el efecto disolvente del ruido incesante. El silencio puede asumir entonces una función reparadora, eminente terapéutica, y venir a alimentar la palabra del discurso inteligente y la escucha atenta del mundo»(p.1). Los silencios cuentan, los silencios hablan, los silencios nos permiten transitar. “No hay palabra sin silencio. Silencio y palabra no son contrarios, ambos son activos y significantes, y sin su unión no existe el discurso” (p.6).

Referencias
Le Breton, D. (2001). El Silencio: Aproximaciones. Ediciones Sequitur.