Big Father tiene 26 años. Hace más de cinco que su cuerpo carga con la huella del conflicto que arrecia en su barrio, Mojica, en el Distrito de Aguablanca. Hace más de cinco que salió de coma luego de recibir tres tiros por no dejarse robar. Hace más de cinco, mientras caminaba en muletas, descubrió el poder transformador del hip-hop y lo tomó como resistencia a la violencia en su comunidad.
Por: Luis Einer Castaño Rengifo
Mojica es un barrio que no ha escapado al conflicto armado, y que desde la creación del Distrito de Aguablanca, hacia los años setenta, los tiros, peleas y tristezas, no lo han abandonado. Es un barrio popular de calles angostas y una que otra ancha. De andenes que se pegan a los antejardines de casas de una o dos plantas, de ladrillo repellado y de colores diversos en las fachadas. Es un barrio de azares, de movimientos rápidos y precisos. De caminatas en grupo y de pocas expediciones individuales. Su gente es diversa y su ambiente respira un aire del Pacífico, de cantares, bailes y cultura afro.
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“Llevo cinco años de trabajo en el barrio y lo que más me enorgullece es que donde paso me saludan porque me conocen. Esta es una cuadra invisible- señala una vía despavimentada- esta cuadra de allá es otra cuadra invisible, y de ahí para allá hay muchas, y yo paso, y nunca me han dicho ¿vos de dónde sos?, tampoco alguien me ha intentado robar. Todo el mundo sabe que soy un man de paz, de tranquilidad”. Me dice Big Father mientras señala las cuadras que nos rodean. Estamos en el parqueadero de la Junta de Acción Comunal del barrio. Huimos del sonido de break dance que ensaya un grupo de jóvenes en la caseta comunal. Big se sienta sobre el caparazón de lo que debió ser un camión en sus tiempos mozos. Inclina su pierna izquierda y se para firme sobre la arena que se esparce por todo el lugar. Apenas y logro ver la profundidad de lo que es el barrio; está muy oscuro y la luz amarilla del poste de energía más próximo apenas se asoma. Desde adentro solo se ven árboles, rocas, una calle destapada y más carros desvalijados. Hace frío y el viento arrecia fuerte. Es miércoles pasadas las ocho de la noche y no hay niños o jóvenes en las calles.
Al trabajo con los niños y jóvenes de su comunidad Big Father llegó por accidente. Habían pasado pocos meses desde que vio la muerte cerca, cuando ya estaba andando de nuevo las calles del barrio. Fue ahí cuando el azar y los afanes de Mojica lo llevaron a la Biblioteca Arcoiris, un espacio donde los niños de la comunidad se formaban y acercaban a la cultura. “Cuando me pegaron los tiros yo andaba en muletas y una vez fui a la biblioteca y me quedó gustando. Ayudaba a limpiar libros y computadores, hacíamos cine. Era un empijamado con cine, y ahí cocinábamos hasta al otro día, compartíamos ideas y hacíamos entrevistas”. Me dice Big al tiempo que señala al horizonte del barrio, y sonríe.
A los niños y jóvenes les enseña a rapear, a componer o simplemente pasa tiempo con ellos, juega, habla o los acompaña mientras sus padres no están en casa. Es un segundo padre, uno que acoge a decenas de niños y pelea porque tengan oportunidades, porque regresen al barrio con acciones positivas. Pero los deseos no siempre se cumplen, y en medio del conflicto, el abandono y las carencias, algunos de los que una vez le dijeron a Big papá, cantaron rondas y jugaron, hoy han crecido, dejaron los micrófonos a un lado, y ávidos de reconocimiento y de hacerse valer, tomaron armas y se agruparon ya no en la música sino en combitos.
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Era una noche del 2009 cuando Big Father se dirigía a la fiesta de 15 de una de sus primas en el barrio El Vergel. Mucho antes de que pudiera atravesar las cuadras-fronteras invisibles que separan a ambos barrios, un pelao, no más alto, no más gordo, no menos asustado, no menos joven, y habitante del distrito, sacará un fierro y disparará tres veces sobre el cuerpo inclinado de Big. La fiesta pintaba bien, una reunión familiar, nada fuera de normal, aunque se pensara tirar la casa por la ventana. Los afanes a las afueras de Mojica iban y venían. Mujeres y hombres llegaban de sus trabajos, jeeps se peleaban el paso por la avenida ciudad de Cali; mientras tanto, el joven Big Father se ponía la mejor percha para la rumba. Iba a ser una caminata de tránsito, nada debió haber salido mal.
Big y uno de sus primos cruzarán una calle sin nombre ni marca, y en el ir y venir, entre risas y distracciones, el pelao saldrá de su escondite y llegará amenazándolos. Los tres apenas sobrepasaban los veinte, los tres habían vivido robos y crecieron en un barrio donde no se pierde sin antes dar la pelea. Los primeros tiros serán para el primo. En el piso ambos hombres caerán, y en el hospital se esperará sus muertes. Big terminará en coma y a su madre se le dirá que es cuestión de horas para que parta. De su primo se esperará un pronóstico similar.
“Cuando entré en coma fue uno de los momentos más difíciles en mi vida, porque uno siendo un joven sano en el Distrito, no metiéndose con nadie termina siendo parte del conflicto; es como cuando vos estás en tu cama relajado y alguien te pega un pellizco y no sabés ni siquiera por qué te lo están pegando”, me dirá Big abriendo sus brazos. Su madre le tiene la mano en el hombro. Lo acompaña, tal como lo hizo en su proceso de recuperación. Hemos abandonado el parqueadero de la junta comunal, para acomodarnos en la terraza de su casa. Él en una silla rimax, yo en una mecedora. Es un lugar acogedor y espacioso, hay más luz y corrientes de viento amenizan la conversación.
Luego de los tiros, y de varias semanas en coma, no se esperaba que Big viviera más de dos años, aún así ya van más de cinco y sigue dando lora, cantando y resistiendo. Su recuperación fue lenta, acompañada de sus padres, hermanos y amigos cercanos. Como secuela le quedó un problema de movilidad que lo hace cojear. En medio de la recuperación conoció a John J, miembro de Zona Marginal, una de las agrupaciones más reconocidas en el escenario del hip-hop caleño. Jhon J le enseñó a rapear y lo guió en el camino de los escenarios, le aconsejaba no dejarse consumir por el odio y el resentimiento, y lo alentaban a cumplir el sueño que tenía de niño. “Cuando niño no sabía rapear, mi mamá me quemaba los casetes, decía que era música diabólica. Yo le decía mami, usted escucha la pista y suena feo, pero el mensaje, es el mensaje. Le decía que iba a ser un cantante. Hoy se siente orgullosa de mí”. Me dice Big Father sin poder aguantar la risa. Su madre lo mira con ternura, no le ha despegado la mano de su hombro.
-La infancia de John… -titubea un poco- fue muy difícil – atina a decir la madre de Big Father mientras lo mira y le toca el hombro. En el colegio era un dolor de cabeza, no quería estudiar, peleaba, pero igual uno luchaba con él, hasta que gracias a Dios luchando salió adelante- me dice sin dejar de ver a Big.
Big agacha la cabeza y sonríe entre dientes.
– ¿Y cómo es John? – pregunto.
-No es porque sea mi hijo, ni porque esté aquí presente, pero ha sido excelente hijo.
La vida para Big luego del accidente, como se refiere él mismo a la huella que el conflicto armado dejó en su cuerpo, se transformó completamente. Los sueños, experiencias y expectativas que en aquella época el joven Big tenía, cambiaron de manera radical. El niño que alguna vez rapeaba a escondidas de su madre se levantó y dejó salir toda la ira que tenía por dentro. Empezó a disparar versos. Los tiros lejos de llevarse a Big lo acercaron, le plantaron los pies sobre la tierra, lo hicieron sentirse capaz de hacer cosas grandes que nunca imaginó, y ver en el arte un poder abrasador para el que no hay plomo ni fronteras que valgan. “El accidente me cambió totalmente, porque antes tenía una vida muy desordenada, me iba a rumbiar mucho, no pensaba como ahora, eso le dio la vuelta al mundo. Ahora trabajo, tengo proyectos, tengo plata, no salgo mucho de rumba, y si me enrumbo no lo hago en el barrio”. Me dice Big serio, mientras asiente con la cabeza.
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Big es amiguero, un poco mujeriego o cariñoso. Amante de las cervezas y de las rumbas, aunque desde el accidente ya no salga de farra con frecuencia. Es tranquilo, pero no tonto. Cuando no esté de acuerdo con algo reclamará, exigirá lo que es suyo y no tendrá miedo de hacer valer sus derechos. Cuando se sienta robado armará bonche. Cuando no entienda algo lo hará saber y pedirá explicaciones. Cuando le guste una chica le tirará la artillería pesada. Si va a beber lo hará solo con amigos cercanos, y si recibe una cerveza tendrá que estar tapada. Siempre habrá una sonrisa de perlas blancas en él, entre sus dientes desalineados que se separan un poco. Es un afrocolombiano orgulloso de su gente, uno que pelea contra la discriminación, y que busca integrarse con todos. Es un pelao de paz, música y baile, de parcharse a hablar carreta, de trabajar para aportar en la casa, pero también para poder salir a rumbas y comprarse una que otra gorra que se sume a las más de 15 que atesora colgadas en la pared de su cuarto. O tener para comprar unas zapatillas así no sean originales. De poder darse lujos, de ir a paseos y por lo menos no andar vaciado. Big tiene el cabello afro, largo y alborotado, muchas veces lo trenza, otras no teme salir a la calle y mostrarlo como es. Viste camisas esqueletos un poco más anchas y grandes que su talla. Y jeans bota campana que se ondean al caminar. Es un pelao con flow, con aire de barrio, orgulloso habitante de Mojica y el Distrito Aguablanca.
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Pese a las dificultades han existido caminos e instantes de felicidad que lograron diezmar los momentos de zozobra y aflicción. Para Big Father llegaron triunfos y reconocimientos por su trabajo. Toques con Choquibtown, conciertos en la ciudad y en el país. Sus canciones sobre las calles del barrio empezaron a hacer eco en amigos, cercanos y gentes diversas. Gracias a esto se hizo en el 2015 con el premio del festival de música hip-hop de Ojo al Sancocho Bogotá.
Si no hay escuela (canción de Big Father 2009)
Comienzo la entrada pues con un bendito, pues esa fue la chapa que le pusieron sus amigos a Carlitos, aquel que sabe que tiene un cristo vivo, pero bolas no paraba y a sus amigos en el barrio Carlitos robaba. La gente no aguantaba, pues le tenían rabia y deseaban que a Carlitos alguien lo matara… pues se encontraba en su casa pegándose unos baños cuando de pronto llega dos o tres extraños con metras en las manos, Carlitos preocupado se estaba preguntando qué es lo que está pasando y porque me están buscando. Entre los tres armados uno le dio el recado, mi jefe que por ti entonces ha enviado. Se lo llevaron en su carro de material blindado. Llegaron al sitio donde habían indicado. Carlitos, deja la escuela y se une al mundo de la escena, de la balacera, donde se desborda el río, sale un raterío a buscar su nido. Carlitos deja la escuela y se une al mundo de la escena, de la balacera, donde se desborda el río, y sale un raterío a buscar su nido.
El diálogo con su jefe había empezado, le dio la foto del sujeto que había indicado, escrita en la foto iba la dirección, salieron pal lugar y era toda una mansión, Carlitos se azaró, un poco se asustó, pero cogió cojones y por la puerta entró. La escolta se atravesó, su tres ocho disparó, Carlitos prosiguió, su víctima encontró, cuatro tiros le pegaron.
Pero para Big Father no fue suficiente el mundo musical, y debutó en el cine en la película Los Hongos en el 2015, y hace poco en la cinta la Siembra. Ambas lo hicieron más artista, más completo, más confiado, y con más ganas de seguir camellando. Y en Mojica, la experiencia lo hizo ser cada vez más respetado y admirado, ejemplo de un muchacho del Distrito para otros pelaos del Distrito, que ven en él la posibilidad manifiesta del cambio, del reconocimiento y la valía desde el arte y la cultura.
No obstante, los logros y reconocimientos, la realidad de conseguir dinero para vivir parece atravesarse en el camino de Big. Luego de años de luchas con los jóvenes y niños, y de pasar dificultades económicas, Big decidió abandonar un poco el trabajo en la comunidad para dedicarse a conseguir plata. Sabe que no es lo suyo, que no le gusta, y que está para otras cosas, sin embargo, la necesidad es grande y a la urgencia no se le puede sacar el cuerpo. “Yo trabajo en Versalles parqueando carros y ahí uno se siente humillado porque uno le parquea el carro a una señora dos horas y le dan doscientos… para mí ha sido muy duro porque lo mío no es parquear carros, sin embargo, me toca hacerlo por la necesidad de tener un peso en el bolsillo. Lo mío es estar con los niños, trabajar la música y viajar”. Me dice con voz apagada.
Y son los conciertos, las giras, los viajes, las grabaciones, y los niños, los que motivan a Big Father, y ahí siguen puestos sus sueños a pesar de las dificultades y los distanciamientos temporales. Y es la felicidad de los niños lo que hace de Big a alguien distinto, y son las ganas de continuar la que hoy lo tienen a punto de grabar una nueva canción con la filarmónica de Bogotá: Colombia libre, un tema que habla sobre la inclusión, la diversidad, el conflicto y la resistencia. Un motivo por el que Big piensa seguir peleando. “Mi sueño es meterle mucha más fuerza a la música. No dejarla a un lado. Seguir trabajando con los jóvenes, si el día de mañana dejo esto tirado que ellos se unan, que los pueda ver en televisión, y pueda decir: ese muchacho estuvo conmigo”. Me dice esperanzado, señalando con su dedo índice derecho.