Escuela de Comunicación Social
Universidad del Valle

La comercialización cultural en el Festival Petronio Álvarez: el universo paralelo al encuentro musical

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El Festival Petronio Álvarez, celebrado en Cali, no solo es un evento de música y tradición afro, sino también un espacio que revela las complejidades de la visibilización cultural en Colombia. Cada año, este encuentro refleja tanto el orgullo de las raíces afrocolombianas como los desafíos de quienes buscan mostrar su cultura más allá de la simple exotización.

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Por Tatiana Cadena y Stefanny Daza 

Cali es una de las ciudades que vive en los anhelos de muchos de los habitantes de Colombia y demás países cercanos. Diferentes visitantes desean conocer a las caleñas que son como las flores, atravesar el puente de Juanchito y percibir ese ávido olor a caña, tabaco y breva. Recorrer la famosa Quinta, enrumbarse en el Obrero, bailar en el Bulevar del Río y bañarse en medio de las refrescantes aguas de Pance. La sucursal del cielo tiene oleajes turísticos de manera concurrida. Entre estos eventos destacados está el Festival Petronio Álvarez, el evento de música y tradición afro más importante del país, cuya última edición fue del 14 al 19 de agosto en la Unidad Deportiva Alberto Galindo.

Desde los primeros días de agosto la invitación al Festival empezó a sonar cada diez minutos en las radio de las diferentes rutas del Transporte Masivo Integrado MIO. Habitantes de la ciudad, sin diferenciación racial, etaria o económica empezaron a armar sus parches. Muchos extranjeros también programaron sus planes de vacaciones, emocionados por las diferentes publicaciones en Instagram que visibilizan e idealizan  los viajes al gran corazón del pacifico. El gobierno previamente había preparado todo: instaurar un presupuesto, realizar las convocatorias para cada uno de los estands, definir los espacios y la repartición de los mismos y, por último, lo más importante, la campaña de publicidad para todos los medios.

La versión 28 del Festival Petronio Álvarez, que visibiliza y comercializa la cultura y la estética del Pacífico colombiano, tuvo un costo de realización de más de $1.367 millones, según organismos gubernamentales. Además, se incrementó el premio para los ganadores del concurso musical, pasando de una bolsa de $408 millones a $532 millones. Foto: Cali, lunes 12 de agosto de 2024, rueda de prensa oficial del festival.

Los estands del Petronio

Ganarse un puesto en el festival afro más importante tiene sus requisitos. El gobierno local lanza una convocatoria en la cual los emprendedores tienen que registrarse por la página www.culturaenlineacali.com y completar unos formularios, donde detallan su actividad económica y la historia de su emprendimiento. Además, deben demostrar que son portadores de tradición, lo que implica practicar o recrear conscientemente su patrimonio inmaterial. 

Algunos comerciantes que también son activistas sociales expresaron que muchos emprendedores presentes en el festival son simples vendedores y no portan ninguna tradición. Además, estuvieron en desacuerdo con los costos para acceder a un puesto, argumentando que el festival genera demasiada riqueza para la ciudad. 

De acuerdo con las cifras reportadas por la Alcaldía de Cali, más de 600.000 asistentes participaron en las actividades programadas durante los seis días del Festival de la Casa Grande, dejando a la ciudad ingresos por más de $60.000 millones.   

El costo de un estand en la zona de estética es de 450 mil pesos, lo que incluye el espacio, electricidad, sillas, mesas y vigilancia. Cada puesto mide más de 1 metro de alto, por 2,8 metros de ancho y 5,2 metros de largo, y están construidos y divididos con tablas. 

El 14 de agosto, día de inicio de la versión 28 del festival, los emprendedores empezaron a llegar a la ciudadela desde que salió el sol. Aquellos que llevaban una escarapela de color amarillo colgada al cuello llegaban con cajas grandes y pesadas, listos para organizar su estand. Los que no llevaban ese pequeño distintivo empiezan a buscar lugares estratégicos en las afueras de la ciudadela para ofrecer sus productos de una manera más informal y económica.

Muchos llegaron de territorios rurales, mayormente del Cauca y el Chocó, por lo que debieron costear su desplazamiento, alojamiento y alimentación. Tal es el caso de Samira Minuta, dueña de Creaciones Amapi, quien ronda los 70 años y vive en Pizarro, Bajo Baudó, Chocó. Samira atendió el estand número 44 y viajó a Cali con ayuda económica del alcalde de su municipio, Faustino Murillo Ramírez. Llegó con tres cajas repletas de mercancía. El día de cierre del festival regresó a Pizarro con una caja, una ganancia promedio de 4 millones y con la novedad de haber hecho la primera venta en dólares de su vida.  

El Petronio abrió sus puertas al público a las 10 de la mañana. Desde el primer momento, hubo una gran afluencia de personas y medios de comunicación. Pero fue a eso de las cinco de la tarde, cuando el sol comenzaba a caer, que se crearon extensas filas en la entrada de la ciudadela, que ya empezaba a estar atestada de personas. La música, el bullicio de la gente, las melodías de los instrumentos y los pitos de los carros conformaron el paisaje sonoro. Adultos, niños, jóvenes, blancos y negros avanzaron lentamente hacia la carpa principal, donde dos guardas hombres y dos guardas mujeres realizaban la requisa. No hay más filtros: la entrada es gratuita. ‘Es un evento inclusivo’, dijo la Secretaria de Cultura.

Después de la zona de conciertos y las cocinas, el pabellón más visitado por los asistentes fue el de ‘Estética del Pacífico’, ubicado a la derecha de la entrada principal de la Unidad Deportiva Alberto Galindo, donde el festival comenzó a celebrarse desde el año 2015, en su edición número 19. Este pabellón, en 59 stands, ofreció una variedad de productos y servicios como peinados, maquillaje, peluquería, barbería, cosméticos y bisutería. De la cantidad total de puestos, 26 ofrecían artesanías y luthería, lo cual corresponde al 44,07%. La venta de ropa contó con 19 stands, equivalentes al 32.20%. Los cosméticos  se  presentaron en 8 stands, ocupando el 13.56%. 6 estaban dedicados al maquillaje, la barbería y la peluquería, representando el 10.17% del total.

En ediciones anteriores, los puestos solían contar con dos trabajadores, pero en esta ocasión se rompió el récord de asistencia, lo que llevó a muchos emprendimientos  a contratar hasta 10 personas. Marcas reconocidas como Shuska trabajaron los seis días con 8 mujeres, más la dueña, Neila Preciado. Otras, como Afronía, lo hicieron con cuatro personas. Algunas más pequeñas, como la Asociación Ampis, contaron con una sola persona.

Muchos asistentes llegaron atraídos por comentarios y referencias, como David, un visitante mexicano que afirmó haber asistido por las historias sobre el festival que escuchó de varias personas en su país.

Los visitantes recorrieron el pabellón, preguntando por productos, comprando y pagando para que les maquillaran el rostro con diseños tribales y les ataran coloridos turbantes en la cabeza. Muchos se fotografiaron con los comerciantes como si fueran parte de las artesanías mismas, sin siquiera preguntar sus nombres. Estaban emocionados de que les compartieran sus atuendos y les permitieran sentirse parte de la temática del festival, como si se tratara de una personificación temporal.  

Sorprendentemente, en este pabellón no hay distinción de género. Hombres y mujeres, por igual, disfrutaban y se sumergían en la experiencia. Muchos hombres, con sonrisas en sus rostros, pidieron que les hicieran trenzas y maquillaran sus caras, como Joe, un extranjero de Los Ángeles, California, quien visitó el Festival por primera vez. Con su rostro pintado y una sonrisa de oreja a oreja, describió el Petronio como «beautiful», mientras explicaba, en su idioma, que nunca había visto tanta diversidad reunida en un solo lugar.

El desconocimiento se presentó en un mismo porcentaje que la alegría, puesto que muchos asistentes aseguraron no conocer el significado de las prendas y artesanías exhibidas, ya que fuera del marco del festival, no suelen ni desean hacer uso de estas prendas tan coloridas. 

Los costos varíaron de un estand a otro. Por ejemplo, se podía conseguir un collar de bronce bañado en oro desde 600 mil hasta 150 mil pesos; el margen de esta variación dependía del tamaño de las joyas y del reconocimiento de las marcas. Mientras los asistentes extranjeros consideraban que los precios eran accesibles, los asistentes locales opinaron que se ajustaban a diferentes presupuestos. Aunque comparaban los precios de un producto fuera del Petronio con los precios dentro de este y encontraban una diferencia hasta de más del 50%, decían entenderlo ya que, al estar en un festival, es obvio que todo suba de precio.

En el pabellón se exhibieron marcas reconocidas y consolidadas, como Esteban África, cuyo dueño, Esteban Sinisterra Paz, es el diseñador de la vicepresidenta Francia Márquez, y Básico pero Nítido, fundado por Sham Selassie, quien ha iniciado un movimiento sociocultural a través de la moda. 

Estas grandes marcas compartieron espacio con pequeños comerciantes, como Kelly Jhoana Isajares, fundadora de K Isajar. Kelly, una mujer negra, jamundeña, con padres provenientes del Pacífico y radicada en Cali, lleva pocos años en la industria. Como homenaje, el nombre de su marca combina la inicial de su primer nombre con el de su dinastía, los Isajares de Robles, cimarrones que emigraron al pacifico. 

La marca de Esteban Sinisterra se precia no solo de sus diseños, que llevan la moda del Pacífico a la alta costura, sino también de usar telas wax, tejidos de algodón con acabado de cera, producidas en Países Bajos. En contraste, marcas como K Isajar o Yo Soy de Vereda tienen como productos estrellas prendas urbanas estampadas con dichos propios de la región: “pati chorreado pero avispado”, “no ando cogiendo lucha con bachaje” y “ni mucho que queme al santo, ni poco que no le alumbre”. 

La pasarela de modas se encontraba al fondo del pabellón de estética. La fila para entrar era apabullante, todos empujan a todos y la típica señora que se encuentra en todos los espacios masivos empieza con su alegato porque el aforo se llenó y ella quedó por fuera. Las guardas dibujan sobre sus rostros una mueca de desaprobación y cansancio para aquellos que insisten en entrar, mientras que se resignaban al ver una escarapela amarilla colgada de los sujetos con cámaras que iban en representación de los medios de comunicación. 

Los modelos presentes en el Festival son seleccionados por la organización del evento. Este año, la convocatoria para participar se abrió el jueves 27 de junio para las agencias de modelaje y el 5 de julio para los modelos independientes. El rango de edad para aplicar era de hombres y mujeres mayores de 15 años, y de niños y niñas de 4 a 14 años. El código de vestuario: totalmente de negro, y las mujeres con zapatos altos.

Los modelos salieron con sus rostros rígidos a realizar el recorrido por la tarima: tres pasos, pose, cuatro pasos, pose, vuelta de 180° y se devolvían al inicio de la tarima para que el siguiente saliera. Las tribunas eran pequeñas, había espacio para tan solo alrededor de 200 personas. Aunque se podría creer que la equidad se abre paso en estos shows, la verdad es que para participar en las pasarelas organizadas por el Festival la marca debe contar con un reconocimiento. La mayoría de los diseñadores son mestizos y los modelos son afrodescendientes y mestizos.

Se realizaron muchos pagos a través de transacciones bancarias; el 99% de los comerciantes contaban con datáfonos en sus estands.

Más allá de la comercialización de la cultura, hay muchas historias detrás de cada emprendimiento. La de Afronía es una de ellas. Su dueña, Jessica Bravo, una mujer negra, bonaverense, fundó su negocio en 2014 como un trabajo universitario, en el cual le exigían crear una empresa innovadora. La idea surgió a partir de una necesidad personal. Bravo se había alisado su cabello toda la vida, y cuando se lo cortó descubrió que en el mercado no existían productos enfocados en el cuidado de los cabellos afro, rizados y ondulados.

Aprovechando la riqueza natural de su amada Buenaventura, donde hay mucho sembrado de papa china, banano, cacao y limoncillo, empezó a explorar cómo podría utilizar esos ingredientes para el cuidado capilar, con el objetivo de hacer productos naturales que ayudaran a dignificar la mano de obra campesina y a incentivar la compra local.

Desde las 2:45 p.m. Jessica Bravo estaba haciendo su inventario y ajuste de caja, al mismo tiempo que recibía a los asistentes que se acercaban al estand a preguntar por los productos que aún quedaban en el mostrador.

También estaban los comerciantes independientes que no pagaron un estand por completo, pero que tampoco se arriesgaron a quedar fuera del marco de este Festival. Por ello, se asociaron con otras marcas para compartir un puesto y así poder ofrecer sus servicios. Un ejemplo de esto es Greicy Cortés, quien se encontraba en una asociación con Claudia Rebolledo, de Joyería Artesanal y Artesanías Luthería, y tenía un espacio para realizar maquillaje tribal étnico. Aunque dividían el costo del stand, las ganancias eran individuales. Los precios de sus maquillajes oscilaron entre 15 mil y 30 mil pesos. Aunque aseguró que en otras ediciones del Festival le había ido mejor debido a que no había tantos maquilladores se sintió satisfecha con la labor realizada y se retiró con dos millones de pesos.

El domingo 18 de agosto, la ciudadela estaba a reventar. Algunos comerciantes y emprendedores atribuyeron  este fenómeno de afluencia a la presencia de los Duques de Sussex, pues ese día en la tarima estarían el príncipe Harry y su esposa Meghan. El lunes era festivo, por lo que muchos caleños no tenían que trabajar al día siguiente. Todo estaba dispuesto para que el plan perfecto fuera asistir al festival, que ya se encontraba en su recta final.

Para el lunes 19 de agosto, sexto y último día del festival, aún había muchos turistas y asistentes.

2:42 p.m. El dueño de Rana Dorada ya tiene el 90% de la mercancía guardada, atiende nuestra visita mientras termina de guardar lo restante. A los 50 minutos de los emprendedores salir del estand ingresa el personal de reciclaje y aseo a limpiar el puesto. 

A las 3:00 de la tarde muchos comerciantes estaban realizando cuentas y organizando inventario de mercancías. A las 5:00 se cerró el festival. Al pabellón de Estética sólo podía entrar personal autorizado, y la lucha con aquellos tercos que quieren ingresar a como dé lugar se hizo presente. La policía encargada de negar el paso se notaba estresada, pero repite el mismo discurso amablemente cada cinco minutos: “solo el que tenga escarapela puede pasar, lo siento”. Adentro, asistentes a quienes les estaban terminando sus peinados y cortes de cabello. 

Después de las 5:00 de la tarde los comerciantes contaban con una hora para recoger toda su mercancía y desocupar los espacios, todos aligeraban las manos, la mercancía sobrante fue embutida en maletas, cajas y bolsas. Se veía el cansancio en los emprendedores, algunos no querían brindar entrevistas pues no sé encontraban en óptimas condiciones. 

Mientras algunos barberos terminaban los cortes de cabello, sus compañeros de estand iban recogiendo y desarmando. Algunos comerciantes corrían con cajas en los hombros porque ya habían llegado los vehículos que transportaban la mercancía sobrante.

Ya se hablaba en los medios de comunicación locales de las ventas y los récords de asistencia. A las 5:30 el pabellón comenzó a perder su encanto. Se sentía el ambiente pos-Petronio, la mercancía empacada retornará a sus tiendas o será exhibida en otras ferias. 

El Pos-Petronio

Muchos emprendedores que alistaron su mercancía temprano se despidieron a gritos de los que aún continuaban atareados empacando. Hay comerciantes que tienen su rumbo claro como Kelly Isajar, quien asistirá a Corferias, en la ciudad de Bogotá, desde el 29 hasta el 15 de septiembre. Otros que crearon su propio festival como los emprendedores de la marca Yo Soy de Vereda, quienes además de comerciantes tienen una corporación que diseñó su propio evento en el norte del Cauca llamado Festival Cultural de Marimbas y Violines Caucanos, Cada año realizan este evento, que recibe entre 12.000 y 15.000 personas en Santander de Quilichao. También aseguraron que se van del Festival con contactos vitales para poder exportar sus prendas. 

Comerciantes con marcas ya posicionadas, como Sham Selassie o Nelia Preciado, dueña de la marca Shuska del estand 9, apuestan por seguir trabajando y desarrollando sus marcas de manera independiente. Se apoyan entre ellos y abren su propio camino. Como muchos comerciantes, no creen en las convocatorias o apoyos gubernamentales para emprendedores, consideran que funciona por clientelismos y amiguismos. 

Preciado, con Shuska, apuesta por generar propuestas y soluciones más que por depender de los entes gubernamentales. Está enfocada en la bioeconomía, que implica productos no maderables del bosque, buscando reducir la tala de árboles en los territorios. Actualmente, trabaja en la conservación de 18 hectáreas y espera, algún día, realizar un inventario de las especies y la cantidad de árboles presentes.

Selassie apunta a seguir creciendo su nicho de mercado y a trabajar de manera autónoma. La marca Afronía asistió al festival para realizar una activación de marca de cara a los meses de octubre, noviembre y diciembre, y para visibilizar sus puntos de venta ya establecidos. Los dueños de Rana Dorada, del estand 42, se sostienen de sus cafeterías y asisten a ferias por todo el territorio nacional.

Los comerciantes de Akoma, del estand 22, crearon su estrategia de publicidad para Instagram. Las ventas después de Petronio les confirmarán si fue efectiva, y, de ser así, seguramente la aplicarán para la edición número 29. Se retiran del Festival con el deseo de encontrar un espacio para seguir creciendo como marca.

Los comerciantes saben que la baja de ventas que se aproxima es dramática y deben seguir luchando desde sus sedes físicas o tiendas virtuales para mantenerse y no quebrar. Lo que viene es complejo, pero les reconforta llevar el bolsillo lleno y la cuenta de Instagram con muchos seguidores.  

El reporte de ventas, tomando una muestra del 13% de los comerciantes que laboraron en el pabellón de Estética del Pacífico, quedó así: Afronía se retiró con un promedio de 8 millones de pesos en ventas. K Isajar aseguró haber vendido más de tres millones diarios durante el festival. Obaquí cerró con un aproximado de 12 millones de pesos. Nia Murillo mantuvo un rango de 2 a 3 millones de pesos diarios. Creaciones Amapis finalizó con aproximadamente 4 millones en ventas. El día que la marca Akoma tuvo mejores ventas generó un millón quinientos mil pesos. Yo Soy de Vereda llegó al Festival con 300 camisetas y vendió la mayoría, logrando un total de 25,470,000 pesos. Greicy Cortés se retiró con 2 millones de pesos por sus servicios de maquillaje. 

Cae la tarde, afuera de la ciudadela aún se encontraban comerciantes informales de comidas, bebidas y moda, el tumulto y el bullicio que se encontraba dentro de la ciudadela estaba esparcido por toda la carrera 52.

La estación Unidad Deportiva del MIO que se encuentra en frente de la ciudadela se llenó de gente, todos retornaban a sus casas en la ruta que más les convenía. En la terminal de transportes de Cali a las 7 de la noche se veían algunos comerciantes con sus atuendos característicos abordando buses con retorno a sus ciudades y pueblos de residencia llevándose con ellos la experiencia y el crecimiento que aspiran haber adquirido en este escenario. Asimismo, los acompañaban las cajas que llevaban consigo el producto que no se vendió, para ser exhibido de nuevo en sus redes sociales o pequeños puntos físicos. No era un simple viaje, era el bus que los devolvió a la realidad, una realidad económica donde muchos no tienen ningún amparo estatal y les toca seguir en la lucha por tener espacios de visibilización de sus productos en un contexto que dice admirarlos, pero que a veces solo los exotiza.