Por: Juan Pablo Carvajal Arias, Julián Jiménez Agudelo, David Rodríguez Lopera y Sergio Osorio Guerrero
Editado por: Andrés Felipe Castañeda y Germán Restrepo Cerón
24 de mayo de 2022
El cementerio
En este pacífico lugar, ubicado en la calle 8 con carrera 18 de Buga, residen cientos de restos humanos.
Rutina milenaria

Duván, el sepulturero, comienza su labor antes de las 9 de la mañana: organiza la entrada, limpia su lugar, prepara las herramientas y se viste con su llamativo traje de seguridad azul para recibir a las personas que solicitaron la exhumación.

Arma el andamio, y con su martillo rompe la pared en donde se encuentra el ataúd. En el acto, los familiares no dicen ni una palabra, tan solo se limitan a observar la labor de Duván, quien con una fuerza que se mezcla con precisión y delicadeza, logra romper la pared. Luego, saca de a poco la madera húmeda del ataúd y en una gigantesca bolsa plástica introduce los restos cadavéricos del cuerpo. Un muerto más (o un muerto menos) en su jornada de trabajo.
Un viaje sin retorno

“Miedo de los muertos no me da, ni me va a dar”
“Hay gente que ha venido a trabajar y a los ocho días se va, esto no es pa´cualquiera”.
“La muerte no escoge. Amanecemos y no anochecemos”.
“Yo no siento la muerte del otro. Yo he enterrado a mi madre, a mi hermano”.
“Yo no creo [en espíritus o ánimas], nos morimos y ya”.
“Yo he dicho que me sepulten acá”.
“Acá vigilé 4 años de noche. Vi una mujer y un espíritu. No tenía miedo, pero tampoco sabía qué eran”.
Reducidos a un número

Luego de exhumar el cuerpo, Duván empaca los huesos en una gran bolsa y, junto con los familiares, fue a la parte trasera del lugar, donde lleva los restos para ponerlos junto con los demás, en el osario familiar.